Thursday, July 29, 2010

De la lengua materna

"–¿Amistad? –Forzó un par de carcajadas. –Bueno, algunos hoy en día lo llamarían así. Las relaciones humanas a veces son difíciles de encasillar. Fíjate en nosotros dos: tampoco encajamos exactamente dentro del tipo de relación que suele establecerse entre una empleada y su patrón.

–Aja, en mi caso yo siempre te he visto más como mi bienhechor; incluso en estos últimos meses, sin que yo tuviera una función específica en la mansión, tú has seguido invirtiendo inconscientemente en mi formación.

–Así lo dejé dispuesto, si se daba el caso. No obstante puedes reprocharme algo; nunca he manifestado mucho interés en conocer tu arte.


–Bueno, la sensibilidad artística no es algo que pueda forzarse. De todos modos, cuando cojo un pincel, lo último que tengo en mente es el tipo de público, la funcionalidad y la rentabilidad de la obra que voy a crear. En ese momento me mueve la necesidad de expresar esa nueva idea que se abre paso en mi mente y sólo me deja descansar cuando ya ha adquirido forma plástica. Curiosamente el primer esbozo incluso suele decir más de la intención artística que la obra final. Trabajar con blancos y negros es moverse por un universo de absolutos. No sé si es algo que le pasa a todo el mundo o sólo me ocurre a mi... quizás tengo más sensibilidad y capacidad de expresión con el carboncillo porqué ese fue el primer material plástico con el que experimenté.

–Creo que logro entenderte... ¿Recuerdas mi armónica? Aunque esta noche he tocado el piano como buen anfitrión echo de menos la melancolía y humildad de mi vieja y fiel armónica. Para mi es un instrumento único... pues, como la lengua materna, me hace capaz de dilatar al máximo mis limites de expresión. Dicho en parámetros trascendentales, incluso podría considerar su timbre como la esencia de mi voz, dado que con ella descubrí las posibilidades del lenguaje musical, que es para mi el más comprensible, plural e introspectivo de todos los sistemas de comunicación humano. Hay cosas que son insustituibles, es como si formaran parte de ti."


Retrato sin nombre by Galatea
Capítulo XIV, Julio 2008

Tuesday, July 27, 2010

La caja de Pandora

Hace algunos meses silencié algunas entradas de mi blog. Aquellas referentes a pensamientos y creencias articulados por algunos personajes o pasajes de “mi novela”. No sé si a aquello me empujó un desmesurado sentimiento de vergüenza, o más bien fue llegar a la conclusión que una obra inacabada no merece ser mostrada “en público”.

Sin embargo, en esencia, mi corazón siempre ha sido fiel a ese embrión de palabras que empezó a gestarse en el alma aún joven e inexperta de una adolescente de vida y pretensiones mediocres; que sólo vislumbraba su auténtico yo cuando experimentaba con torpe afán la fiebre de cualquier proceso creador.

Han pasado casi 15 años desde las primeras líneas, y aunque ya no se trata de un cuento de hadas algo del esquema de los personajes y de esa necesidad de comprender el porqué de la vida y cómo afrontarla de la manera más noble perdura en el trasfondo de la misma.


"Me levanté del columpio dispuesta a dejarle en la intimidad de su pasado. Había secretos; la falsa pieza de ajedrez, la ubicación de la pequeña fosa..., que una intuitiva punzada en el corazón me prevenía de querer averiguar.
Pero Javier, adelantándose a mis intenciones, volvió a guardar la armónica en su pecho, se levantó desmañado y me retuvo en el columpio sujetándome con fuerza por los hombros. Se sorprendió tanto o más que yo de que mi más instintiva reacción fuera la de forcejear con todas mis fuerzas para escapar de allí.
Y bastó una mirada mutua; intensa y penetrante para que lograra captar todo el miedo que dejé entrever por mis pupilas.
Me soltó suavemente, mostrándome unas manos limpias e inmaculadas, unas manos que no hablaban ni parecían entender el lenguaje de la violencia. Se sentó de nuevo en su silla, abatido.
–Tranquila... No quiero hacerte daño. Es solo que hoy... siento que no puedo hacer esto sin ti.
–Pero es que yo... ¿qué tengo que ver con ello? Los secretos entre amigos no son para compartirlos con terceros. ¿No hicisteis una promesa de confidencialidad? ¡Cumple tu parte!
Me estudió asombrado, por unos momentos su rostro se desencajó y sentí con turbación como toda mi esencia se fundia en una estremecedora emoción, más diáfana que ninguna de las que yo había logrado comunicar a nadie hasta entonces. Como en el reflejo de un espejo sin igual MI MIEDO se había convertido en SU MIEDO. Y aunque las causas que desataban su estado anímico posiblemente partían de otros condicionantes, ninguna emoción humana la habíamos sabido compartir con tanta transparencia y sincretismo.

"Ayúdame" dijo sin pronunciar palabra. Y sólo entonces, cuando logré desasirme de mis propios temores, basados en viles prejuicios y egoísmos, me sentí suficientemente fuerte para mirar más allá de mí, atender a su súplica y superar así NUESTRO MIEDO.
–De acuerdo. -Accedí a media voz. –No romperás la promesa que le hiciste a Aurora si yo consigo descubrir por mi cuenta cual es la pieza de ajedrez que falta y dónde está enterrada.
(...)
Mi corazón palpitó con una violencia desacostumbrada, cada milímetro cedido por la baldosa abría un mar de incertidumbres, un universo de esperanzas… Me sentí como Howard Carter ante el descubrimiento de la tumba de Tutankamón, sólo que a diferencia de las valiosas posesiones de un rey joven y desventurado, se habría ante mí un tesoro de singular valor: sentir en propias carnes aquel pasado insondablemente tan cercano a mí, la confirmación incuestionable de aquel pretérito tantas veces soñado; aquel nudo tan estrecho entre tiempo y espacio que me había sido históricamente negado.

Segundos más tarde, tras palpar su fría y humedecida materia, la prueba más tangible de la infancia de mi benefactor era rescatada del olvido, empujada a la superficie por mis propios brazos. Observé la mirada emotiva de Javier, el primer acto reflejo de su rostro antes de caer de nuevo en aquel perpetuo olvido expresivo. Tenía más valor esa imagen para mí que el que cualquier objeto de singular belleza pudiera brindarme. Pues fui capaz de atisbar la emoción más intensa penetrando en sus pupilas y sacudiendo en un instante todo su ser. Era como si un rayo de vida hubiera animado, en un minúsculo latido, la superficie inerte del más bello mármol.

Se dio perfecta cuenta de ello y, sintiéndose desnudo, desvió mi atención hacia el objeto que nos había traído hasta allí:

–Tienes en tu poder la caja de Pandora. ¿Algo que declarar?

Centré mi mirada al fin hacia aquella pieza extraviada, era de nácar, mucho más bella y mejor tallada que el resto de figuras del ajedrez.

–Que es digna de alojar la razón última que mantiene a la especia humana en pié: la esperanza. Hoy me daré por satisfecha si sé que albergas esperanza en tu interior.
–¿Olvidas acaso que antes la caja liberó todas las desgracias; La enfermedad, el vacío, la fatiga, la locura, la tristeza, el crimen y todas las pasiones humanas que, aunque a priori se presentan como un soplo de vida, acaban torturando y pudriendo el corazón?
–No, lo recuerdo. Pero aquí dentro reside ya sólo la esperanza. –Sonreí, cogí la pieza con extremo cuidado y la deposité en su regazo. –Es tu esperanza… te pertenece. Pues sólo tú posees la llave para aferrarte a ella o dejarla escapar.

Exploró maquinalmente la pieza en un momento de ciega confusión. Sus manos encontraron las mías, heladas, aún haciéndose un hueco en su regazo para estabilizar y proteger aquello que se le entregaba. Nuestras miradas chocaron en una distancia mínima, como imantadas tras dicho contacto.

–Tú… no podía ser de otro modo ¿verdad? Posees aquel extraño don: ¡Haces que la vida parezca tan engañosamente apacible! –Continuó cobijando mis manos entre las suyas, cálidas y firmes, de forma que aquel encuentro fortuito se convirtió en símbolo inequívoco de mutua implicación hacia aquello que reposaba en su regazo. Y, como en un ritual, presionó con más fuerza el reverso de mis manos forzándome a abrazar con decisión la figura de ajedrez. Entonces declamó: –Que así sea; que mi reina blanca, la que contemplo y protejo entre mis manos, sea portadora de esperanza."


Texto: Retrato sin nombre by Galatea
Capitulo VIII, Agosto 2009. (Ràfols de Salem)

Ilustración: Pandora (1896) John William Waterhouse.