Sin embargo, en esencia, mi corazón siempre ha sido fiel a ese embrión de palabras que empezó a gestarse en el alma aún joven e inexperta de una adolescente de vida y pretensiones mediocres; que sólo vislumbraba su auténtico yo cuando experimentaba con torpe afán la fiebre de cualquier proceso creador.
Han pasado casi 15 años desde las primeras líneas, y aunque ya no se trata de un cuento de hadas algo del esquema de los personajes y de esa necesidad de comprender el porqué de la vida y cómo afrontarla de la manera más noble perdura en el trasfondo de la misma.
"Me levanté del columpio dispuesta a dejarle en la intimidad de su pasado. Había secretos; la falsa pieza de ajedrez, la ubicación de la pequeña fosa..., que una intuitiva punzada en el corazón me prevenía de querer averiguar.
Pero Javier, adelantándose a mis intenciones, volvió a guardar la armónica en su pecho, se levantó desmañado y me retuvo en el columpio sujetándome con fuerza por los hombros. Se sorprendió tanto o más que yo de que mi más instintiva reacción fuera la de forcejear con todas mis fuerzas para escapar de allí.
Y bastó una mirada mutua; intensa y penetrante para que lograra captar todo el miedo que dejé entrever por mis pupilas.
Me soltó suavemente, mostrándome unas manos limpias e inmaculadas, unas manos que no hablaban ni parecían entender el lenguaje de la violencia. Se sentó de nuevo en su silla, abatido.
–Tranquila... No quiero hacerte daño. Es solo que hoy... siento que no puedo hacer esto sin ti.
–Pero es que yo... ¿qué tengo que ver con ello? Los secretos entre amigos no son para compartirlos con terceros. ¿No hicisteis una promesa de confidencialidad? ¡Cumple tu parte!
Me estudió asombrado, por unos momentos su rostro se desencajó y sentí con turbación como toda mi esencia se fundia en una estremecedora emoción, más diáfana que ninguna de las que yo había logrado comunicar a nadie hasta entonces. Como en el reflejo de un espejo sin igual MI MIEDO se había convertido en SU MIEDO. Y aunque las causas que desataban su estado anímico posiblemente partían de otros condicionantes, ninguna emoción humana la habíamos sabido compartir con tanta transparencia y sincretismo.
"Ayúdame" dijo sin pronunciar palabra. Y sólo entonces, cuando logré desasirme de mis propios temores, basados en viles prejuicios y egoísmos, me sentí suficientemente fuerte para mirar más allá de mí, atender a su súplica y superar así NUESTRO MIEDO.
–De acuerdo. -Accedí a media voz. –No romperás la promesa que le hiciste a Aurora si yo consigo descubrir por mi cuenta cual es la pieza de ajedrez que falta y dónde está enterrada.
(...)
Mi corazón palpitó con una violencia desacostumbrada, cada milímetro cedido por la baldosa abría un mar de incertidumbres, un universo de esperanzas… Me sentí como Howard Carter ante el descubrimiento de la tumba de Tutankamón, sólo que a diferencia de las valiosas posesiones de un rey joven y desventurado, se habría ante mí un tesoro de singular valor: sentir en propias carnes aquel pasado insondablemente tan cercano a mí, la confirmación incuestionable de aquel pretérito tantas veces soñado; aquel nudo tan estrecho entre tiempo y espacio que me había sido históricamente negado.
Segundos más tarde, tras palpar su fría y humedecida materia, la prueba más tangible de la infancia de mi benefactor era rescatada del olvido, empujada a la superficie por mis propios brazos. Observé la mirada emotiva de Javier, el primer acto reflejo de su rostro antes de caer de nuevo en aquel perpetuo olvido expresivo. Tenía más valor esa imagen para mí que el que cualquier objeto de singular belleza pudiera brindarme. Pues fui capaz de atisbar la emoción más intensa penetrando en sus pupilas y sacudiendo en un instante todo su ser. Era como si un rayo de vida hubiera animado, en un minúsculo latido, la superficie inerte del más bello mármol.
Se dio perfecta cuenta de ello y, sintiéndose desnudo, desvió mi atención hacia el objeto que nos había traído hasta allí:
–Tienes en tu poder la caja de Pandora. ¿Algo que declarar?
Centré mi mirada al fin hacia aquella pieza extraviada, era de nácar, mucho más bella y mejor tallada que el resto de figuras del ajedrez.
–Que es digna de alojar la razón última que mantiene a la especia humana en pié: la esperanza. Hoy me daré por satisfecha si sé que albergas esperanza en tu interior.
–¿Olvidas acaso que antes la caja liberó todas las desgracias; La enfermedad, el vacío, la fatiga, la locura, la tristeza, el crimen y todas las pasiones humanas que, aunque a priori se presentan como un soplo de vida, acaban torturando y pudriendo el corazón?
–No, lo recuerdo. Pero aquí dentro reside ya sólo la esperanza. –Sonreí, cogí la pieza con extremo cuidado y la deposité en su regazo. –Es tu esperanza… te pertenece. Pues sólo tú posees la llave para aferrarte a ella o dejarla escapar.
Exploró maquinalmente la pieza en un momento de ciega confusión. Sus manos encontraron las mías, heladas, aún haciéndose un hueco en su regazo para estabilizar y proteger aquello que se le entregaba. Nuestras miradas chocaron en una distancia mínima, como imantadas tras dicho contacto.
–Tú… no podía ser de otro modo ¿verdad? Posees aquel extraño don: ¡Haces que la vida parezca tan engañosamente apacible! –Continuó cobijando mis manos entre las suyas, cálidas y firmes, de forma que aquel encuentro fortuito se convirtió en símbolo inequívoco de mutua implicación hacia aquello que reposaba en su regazo. Y, como en un ritual, presionó con más fuerza el reverso de mis manos forzándome a abrazar con decisión la figura de ajedrez. Entonces declamó: –Que así sea; que mi reina blanca, la que contemplo y protejo entre mis manos, sea portadora de esperanza."
Capitulo VIII, Agosto 2009. (Ràfols de Salem)
Ilustración: Pandora (1896) John William Waterhouse.
2 comments:
He tenido la oportunidad de leer tus dos últimas entradas a tu blog y desde luego sería muy interesante comprobar la historia completa que contiene esa novela, si finalmente logras terminarla. Seguro que lo intentarás porque es evidente que tienes cosas que contar trascendentales para ti y que de algún modo, aunque sea para tu propia satisfacción, querrás dar sentido a lo que empezaste como dices, hace ya quince años. Seguro que lectores no te iban a faltar, así que ánimo y a ver si encuentras el tiempo y la inspiración para completar la aventura de terminarla.
Por otra parte, debo admitir que aunque me resultó entrañable encontrarme y recordar gracias a tu blog ese trocito de mi primera juventud (me refiero al poema Miedo), en mi caso, no me siento cómodo sabiendo que cualquiera puede indagar en la intimidad de mi alma a través del poema que vive en este espacio. Soy muy discreto con mi identidad en la red y por ello te pediría si por favor pudieses eliminar mi nombre y que no se me pudiese identificar como autor de dicho poema ya que a nivel personal reconozco que me duele rememorar el motivo de su creación. No quisiera incomodarte con esta petición pero creo que es mi deber como autor solicitártelo ya que me perturba sobremanera soportar la relación de mi nombre con algo tan triste para mí y que me gustaría no hacer perdurar al menos por el momento. El poema en sí me da igual, lo que no deseo es que mi identidad sea sometida a la crítica ajena fuera de mi control, porque como ya sabemos hoy en día basta con poner un nombre en Internet y escudriñar todo lo relacionado con él para hacer valoraciones superfluas sobre alguien. Insisto en que no es ningún reproche, te aseguro que me emocionó hallar la trascripción de ese poema de manos de alguien como tú, cuya sensibilidad se de sobras que es cálida y de corazón porque eso ya lo intuí en aquellos tiempos aunque no tuviese la madurez suficiente para apreciarlo. Sólo eso, no quiero que nadie, ante la curiosidad de teclear mi nombre se inunde de algo de mí que no deseo. Gracias Montse.
Bienvenido de nuevo a mi blog, aprendiz de Hamlet.
Sólo comunicarte que respeto tu voluntad de permanecer en el anonimato, y más si cada palabra que contempla responde a una “aguda espina” -aun clavada- capaz de devorar el bálsamo de tantos años.
Lo siento si en algún momento ha podido producirte algún dolor. Muy a la ligera lo colgué aquel día, sin contemplar que podía descubrir vientos tormentosos.
He borrado tu nombre y ocultado el poema tan pronto como me han llegado noticias de tu respuesta.
Sé que decías que no te importaba conservarlo como anónimo en la web, pero, valorándolo bien, creo no equivocarme en afirmar que pertenecen a esa dramática selección de versos destinados a morir tras su escritura, ya que al ser reproducidos y pronunciados fuera de la dimensión espacio-temporal en la que fueron gestados, pierden toda razón de ser.
No obstante, que nada silencie tu voz y capacidad de crear mediante las palabras. Aunque sea desde la dimensión más egoísta y humana de comunicarte y sentirte parte del espectáculo de la vida. Lo digo por experiencia propia y porque aun valoro lo que de ti leí y conocí. ¡Ánimo -y gracias por tus ánimos respecto a “mi historia interminable”-!
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